EL OTRO DIOS
Dios debe tener una cara distinta
y no ese mascarón de espinas y puñales.
Sus ojos han de ser de una piedad infinita
como la del niño triste que cruzó por mi calle.
Dios debe tener una piel más oscura
y no esa lividez de caléndulas secas.
Sus manos han de tener la tibieza más pura
como la del aquel viejo que ayer tocó mi puerta.
Dios debe tener unas ganas enormes
de andar sobre los ríos, de desandar los montes,
de dejar ese mundo de vitrales y piedras.
Él debe parecerse a las legiones de ángeles
que con caras de niños transitan por mi calle
y con manos de viejos han llamado a mi puerta.
© César Sánchez Beras
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