Dicen los que estuvieron con ella en unas de esas
noches de besos comprados, que tenía el don de hablar con fluidez y de opinar
juiciosamente sobre cualquier cosa. Vestía modestamente pero limpia, nunca se
le vio despeinada, en el trayecto que hacía desde su casa en el barrio “Punta
Brava” hasta la Plaza, donde se encontraba todo el comercio legal o ilegal, del
Ingenio Quisqueya.
Nunca faltó por ningún motivo a las pocas reuniones
que se celebraban en la escuela para conversar con los padres de los educandos
de la Escuela Virgen de la Caridad del Cobre.
Caminaba pausado pero con ritmo, como si estuviera
escuchando una música interior mientras desandaba los polvorientos senderos del
municipio. En tiempo muerto, cuando toda actividad comercial se reducía a cero,
ella, ni corta ni perezosa lavaba ropa ajena, revendía huevos o gallinas
ponedoras, rifaba galones de aceite o sábanas, para el sorteo de los domingos y
hay quienes aseguran que hasta ofició “horasantas” cantadas en aniversario de
difuntos.
Su personalidad misteriosa agregó más misterio a mi
adolescencia, así, que en la próxima zafra, cuando ella reinició su vida de
prostituta de pueblo, me propuse conocer mejor ese raro espécimen de mi
pueblito natal.
Durante mucho tiempo la observé con detenimiento:
Ni una palabra descompuesta, ni un tono más alto que lo normal, ni un vestido
con escote ofensivo, ni una falda por encima de las rodillas, ni un milímetro
más del colorete acordado. Cuando reuní los 5 pesos que costaría pagar el hotel
de paso, y los honorarios por servicios sexuales prestados, me aventuré pasada
las nueve de la noche a buscarla en la plaza. Tuve que mentir varias veces
antes de llegar a ella, pues siendo menor en un pueblo pequeño todo se
conjuraba en mi contra.
Cuando cerré la puerta y ella se desamarró el pelo,
quise socializar un poco para entrar en ambiente. —Usted es curiosa— le dije,
privando en mas adulto de lo que era. —Trabaja
como prostituta y nunca le he escuchado una mala palabra, nunca le he visto una
actitud indecente, nunca le he visto ni siquiera mover las caderas para buscar
futuros clientes.
Entonces ella me miró con ojos inolvidables y me
dijo... —Es que yo soy “cuero” aquí, fuera de esa puerta, está el mundo, está
la sociedad, están mis hijos. Cuando ella entró al cuartucho de baño para
asearse para la jornada. Puse los 5 pesos en la mesita y me fui llorando todo
el camino. Toda la noche me pesaba en el alma, por muchos años sentí que la
prostituta era yo.
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