Ese hilillo de sangre que gotea,
esa cayena rota en el asfalto,
esa sombra que vuela en lo más alto,
que cruje, que tañe, que flamea.
Esa mirada que relampaguea,
esa palabra grave como el llanto,
esas dos sílabas que fueron el canto
del gozo de la piel que serpentea.
Ese viaje primigenio de la arcilla,
la fragmentada luz de la costilla,
es enunciado final de Lavoisier:
Ellas vuelan, se desparraman, huyen.
ellas ni se crean ni se destruyen.
Es materia iluminada, la mujer.
©César Sánchez Beras
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