Su voz era un espejo saliendo de las aguas
un rito de sombra la oquedad
un cántico brillante la negrura
su mano era un quejido que incendiaba
un presagio difuso de agonías
como un ala de ángel que se quiebra
desbordaban sus ojos los límites del sueño
como un salmo en ascenso
o una cintura azul convocando la lluvia
ese onceno milagro que se pudre en el beso
como una llaga hostil tatuándonos las sombras
su voz era un espejo saliendo de las aguas
un cuchillo fluvial
una danza terrible
la copa en que se ahogaban los pasos del regreso.
© César Sánchez Beras
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